Hace unos días volvía a Valencia de mi último viaje en tren. Por un momento me dio por pensar que estábamos en diciembre y echando la mirada atrás, voy a terminar el año como lo empecé, subida en un tren. A lo largo de estos meses ha sido muy curioso cómo en cada viaje ha surgido alguna anécdota. Os aseguro que hasta yo misma me he sorprendido pero como se suele decir: vivir para ver.
Es posible que la sucesión de historias se haya dado por la cantidad de viajes. A mayor frecuencia más probabilidad de anécdotas y así ha sido. Porque no es lo mismo coger un tren un par de veces al año, que tres o cuatro en un mes. No es que sean muchas pero os aseguro que suficientes para encontrarte con personas y personajes.
Mi intención de hoy no es contar esas situaciones en las que me he visto, va más allá. Aunque resumiendo solo os diré que me he encontrado con gente encantadora, como un abuelito que fue compartiendo conmigo sus últimos descubrimientos literarios y sus perronillas de almendra.
La chica que se descalzó y me puso los pies en la cara durante tres horas y media, o la amable señora que cuando me estaba quedando dormida se le antojó cambiar el tono de su móvil. Vamos a ver señora; cuando uno se pone las gafas de sol en el tren y cruza los brazos, quiere decir que va a dormir.
En el fondo son cosas que me hacen gracia al recordarlas porque cada viaje en tren me ha dejado un recuerdo mucho más bonito, más profundo.
Lo que más me gusta hacer en el tren es: «empanarme». Sí, quedarme mirando por la ventana y pensar en las musarañas. Os aseguro que para mí es un precioso y preciado momento de inspiración. Veo a la gente trabajar en todo el trayecto como si no hubiera mañana, en cambio yo aunque lo intento, encuentro rápidamente ese momento de dispersión.
Viajar en tren te regala paisajes que no verás nunca de otra forma. La costa se ve diferente al pasar por ella y he visto la meseta parcheada por el sol atravesando las nubes y haciendo brillar sus particulares colores pajizos.
Alejarse de las ciudades en tren es como escapar por la parte de atrás. Lo mismo pasa cuando llegas. Acercarte a la estación con el traqueteo del tren en las vías, es como si estuvieras entrando por una puerta clandestina.
Te subes en tu ciudad y sabes que cuando bajes nada será lo mismo. La luz no será la misma, el olor… Más sensaciones que si no te paras a pensar, pasan por delante de ti sin más. Cosas que uno percibe cuando viaja relajado y principalmente solo.
Viajar solo tiene su encanto. El tren es buen compañero para pensar y ver las cosas de otra manera. Me permite estar conmigo, recoger sensaciones y vuelvo a casa cargada de inspiración. Alejarme de la ciudad por la puerta de atrás es la mejor escapada, aunque solo sea por un día.
Comparto todas y cada una de tus palabras. Me ocurre exactamente lo mismo… me encanta viajar en tren y en autobús, tanto es así que consigo tener esa sensación hasta cuando voy en el bus urbano y me toca ventanilla. La sensación es tal y como la describes. Gracias por compartir!!
Pues tú también has compartido un poquito de ti con nosotros.
Gracias!!!!!!
Hace unos años hice un viaje con mi familia en España y los mejores recuerdos son los que vivimos en el tren, de Madrid a Granada. Nunca se me olvidarã que felices y relajados ibamos. Gracias por ayudarme a revivir esa experiencia de nuevo.
Eso me recuerda a una vez que cruzamos España en tren por Navidad. Cayó tal nevada que el paisaje fue blanco durante todo el viaje. Fue precioso!!! Es verdad, el tren tiene algo especial.
Un abrazo.
Sin duda, el tren nos da una oportunidad de ver algo más que el paisaje a través de las ventanas. ¡Gran reflexión!